viernes, 29 de febrero de 2008

"Marca de Fábrica" por Daniel Verde

Marca de fábrica

Es casi la fundación mítica de mí ser docente. Corría el año 86 y me sorprendí cuando me llamaron del Nacional Pueyrredón para que tome dos cursos de psicología de 4°. Me había anotado sin esperanzas en la Junta de Clasificación y al hablar con la vice me informó que en realidad yo era el cuarto en el listado pero que a los otros tres los habían “echado” los mismos alumnos con distintos “aprietes” (borradorazos, insultos, acoso físico). “Me gustan los desafíos” pensé. A los dos días voy a tomar el curso no sin temor y ansiedad. Había preparado una exposición sobre el objeto de la psicología y su evolución histórica. Mi única experiencia docente era ser ayudante en la facultad. Pero esto era otra cosa. Entro al curso atiborrado de más de cuarenta alumnos y me sorprende el poco bullicio y las miradas de silencio cómplice. Lo primero que escucho es una voz que me dice: -Profe ¿sabe que soy de la 12? Al tiempo que observo que habían dejado en el primer banco dos navajas abiertas de brillo amenazante. Sobre la marcha, tiré mi inútil discurso sobre los paradigmas en psicología y balbucee (con seguridad impostada) sobre que conocía bien al “Abuelo” (José Barrita, el entonces jefe de la barra de Boca, hoy muerto) pero que lo conocía corriendo por Montes de Oca. ¿Usted estaba allí? Me preguntaron. Si… a veces le doy una mano a la Guardia Imperial (sonriendo y ya en franca sensación de estar pasando el examen). Con más ánimo, tomé una de las navajas y con cara de desentendido empecé a limpiarme las uñas. Así… en vez de Wundt o Pinel fueron apareciendo voces sobre los Redondos, sobre Sumo, sobre Cemento, sobre Paladium. Terminamos hablando sobre la realidad del adolescente. Sobre su vacío y sus esperanzas. Como era septiembre cambié todo lo que pensaba. Me concentre en un programa donde cada uno de ellos traía situaciones vividas desde su experiencia y desde ahí estudiarían qué dicen los grandes maestros. La experiencia de ese día me marcó y también esos dos meses y medio fueron de los más productivos de mi recorrido docente. Los alumnos marginales terminaron elaborando una monografía individual donde empezaban hablando de ellos y de su mundo para luego poder elaborarlo desde lo que leían y escribían. Todavía hoy recuerdo a cada uno de ellos. Y sé, por las veces que nos cruzamos de casualidad en estos veinte años, que ellos tampoco me olvidan.

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